QUE ENVUELTO EN LAS SOMBRAS


                                                QUE ENVUELTO EN LAS SOMBRAS

                                                                                                             Que envuelto en las sombras
                                                                                                              Te busca y te nombra

                                                                                                              Volver, Gardel y Lepera

Desde el gran ventanal, la bruma, dejaba entrever la silueta de los barcos anclados en el muelle del puerto de Vigo.
Ramiro observaba el paisaje, imaginando detrás de esa niebla, el Rio de la Plata, y por supuesto, Buenos Aires.
La voz metálica del intercomunicador lo sacó de sus cavilaciones, - señor De La Fuente, el señor Rebollido, le pide, que en cuanto pueda, pase por su despacho-.
Ramón Rebollido, era el único amigo que Ramiro tenía, en esos años de exilio, solterón como él, niño en la posguerra civil, hijo de un miliciano republicano muerto en combate, no la tuvo nada fácil, fue quien le dio una mano, cuando llego, hecho un pollo mojado, ofreciéndole trabajo en la empresa pesquera, de esto hacía ya más de veinte años.
Hoy Ramón era director comercial y Ramiro, gerente de costos, la amistad entre ellos, había sido instantánea de primera, juntos y de copas, se contaron sus respectivas historias, por lo que sabían casi todo el uno del otro.
Ramiro entro a la oficina del “Gayego”, como cariñosamente lo llamaba.- Ramón -, - hombre Ramiro, que cuentas?, mira Ramiro, te he mandado llamar, porque tengo un pedido que hacerte, resulta que hemos comprado una compañía pesquera en Argentina, y necesito que vallas para ponerla en orden, pero como sé que tú tienes por allí tus fantasmas, quería ponerlo a tu consideración-, Ramiro se quedó un momento pensativo, la idea de volver, le despertaba sensaciones contrapuestas, - mirá Gayego, creo que es hora de enfrentarme a esos fantasmas, cuando me voy?-, - cuando estés listo-.
Cuando el avión tocó pista en Ezeiza, sintió una extraña sensación de angustia, era como si de golpe, el pasado se le abalanzara encima.
El remís se desplazaba rápido por la autopista Ricchieri, Ramiro observaba los distintos tonos de ocre, con que el otoño pinta las hojas de los árboles que están a los costados de la autopista, le parecieron hermosos, y recordó también, no haberlos visto ese otro otoño, más de veinte años atrás, cuando hizo este  mismo camino, pero a la inversa, con el miedo mordiéndole los talones.

Llegó a la habitación del hotel, y decidió no avisar a la empresa de su llegada, hasta no tener todo resuelto.
Se comunicó con sus primos, y quedó en pasar por su casa, para buscar las llaves de la casa de sus viejos en Ramos Majía, luego tomó la guía de teléfonos, y empezó a buscar, sin muchas esperanzas, de pronto, como si fuera una señal, apareció, Librería Schuartzman, anotó el número y llamó, - buenos días, con Sara o Eduardo por favor -, - Eduardo habla, quién es?-, - hola flaco, ¡ sos vos!-, - quien habla? -, - ni te lo imaginás, Ramiro-, ( se hizo un silencio del otro lado de la línea), - ¿ en serio, sós vos negro?-, - si flaco soy yo, estoy en Buenos Aires , y me gustaría mucho verte-, - veníte por el negocio, ¿ te acodás la dirección?-, - si, claro, me cambio y voy para allá-.
Ramiro, se paró frente a la vidriera de la vieja librería de la calle Bolívar, estuvo unos momentos observando el frente que parecía detenido en el tiempo, luego entró, Eduardo estaba detrás del mostrador, atendiendo a una clienta, en el fondo se veía a Sara acomodando unos libros en los estantes, la clienta se retiró y Eduardo dijo en forma casi automática, - ¿
Señor ¿ -, - que señor boludo -, los tres se estrecharon en un abrazo interminable, ninguno podía ni quería contener las lágrimas, luego de un rato de charla, para ponerse al tanto, someramente, de las vidas de cada uno, Ramiro y Eduardo, fueron a tomar un café al bar de la esquina, - decime negro, ¿ cómo fue que volviste después de tanto tiempo -, - la razón oficial es que la empresa para la que trabajo, compró una compañía aquí, y me pidieron que venga a ponerla en orden, pero esa no fue más que la excusa, la verdad es que hace tiempo que vengo madurando la idea -, - ¿ y a qué venís?-, - la verdad, no lo sé muy bien, creo que tengo una deuda con el pasado, y quiero ver si puedo saldarla-, - mirá negro, vos sabés  que el pasado es inmodificable, nosotros solo somos el resultado de él -, - es probable, pero sabés flaco, yo nunca pude sacarme de la cabeza aquella tarde, yo llegaba caminando por la vereda cuando los tipos la sacaban del edificio, antes de que la metieran en el auto, alcanzó a mirarme, y con la mirada parecía rogarme que no hiciera nada, yo estaba como clavado en las baldosas, la gente miraba curiosa y seguía su camino, después, me fui a la casa de mis viejos y les conté, mi viejo no dijo nada, fue hasta el placard y saco toda la plata que tenía guardada, me dijo, tomá, sacá un pasaje y andáte lo antes posible, como por suerte tenía el pasaporte al día, a los tres días estaba volando a España, el resto, ya más o menos te lo conté, no mucho tiempo después, murieron mis viejos, con apenas dos meses de diferencia, creo que no pudieron superar el asunto, ¿y ustedes?,- - nosotros nos fuimos a la casa de unos tíos de Sara en Córdoba, y estuvimos allí tres años, después, falleció don Samuel, nos dejó el negocio y volvimos, ya teníamos los dos pibes, el mayor está en medicina, y el más chico en el CBC, y aquí estamos, de todas maneras nunca nos buscaron, La Polaca nunca habló-, -¿Qué sabés de La Polaca?-, -estuvo en la ESMA, nunca abrió la boca, deben haber pensado que era un perejil que no conocía a nadie, la largaron a fines del ochenta y dos, allá conoció a un suboficial de la marina, aparentemente el tipo, no quería saber nada con lo que estaba pasando, solo estaba para vigilar, pero tenía cagazo de hablar, cuando largaron a La Polaca, el tipo pidió la baja, vivían en una pensión por Av. Corrientes, con Sara fuimos varias veces, pero parecía que ella quería cortar con el pasado, después nos enteramos que chupaban y algo más, a La Polaca no la vimos más, el tipo está fusilado, para en la placita Roberto Arlt, en Esmeralda y Rivadavia, una vez fui a preguntarle y me sacó cagando, nos llegaron algunos comentarios, parece que por deudas de falopa se prostituyó, y el tipo que le vendía la mandó a laburar al interior,- -¿Cómo puedo hacer para verlo?-, - mirá negro, el tipo es peligroso, ¿por qué no dejás las cosas como están-, - no puedo, vos decíme como lo encuentro-, - andá a eso de las cuatro y media, cinco de la tarde, sentáte en uno de los bancos del fondo de la plaza y esperá que se te acerque alguno de los lúmpenes que paran ahí, a pedirte unos mangos, entonces preguntále por  el Negro Leonetti, tené cuidado, es un ambiente jodido-, volvieron juntos a la librería, Ramiro se despidió de ambos, y regresó al hotel.
Al día siguiente, fue temprano a casa de sus primos, le dieron las llaves de la casa de Ramos, se tomó el Sarmiento, caminó las cuatro cuadras que separaban la casa de la estación, estaba igual, se notaba que sus primos, habían invertido bien el dinero que les enviaba para mantenerla, incluso, contrataron una persona que una vez por mes, abría las ventanas, ventilaba y sacaba el polvo, giró la llave y entró, los recuerdos, se le amontonaron en el cerebro, recuerdos que le parecían, de un país mejor, un mundo mejor, y una vida mejor, recorrió la casa despacio, como despidiéndose, después se dirigió a la cocina, con un cuchillo, comenzó a escarbar los bordes de la baldosa que hacía las veces de tapa de la cámara de inspección del desagote, luego levantó el tornillo de bronce que sirve para destaparla, junto con la tapa, atado a la parte inferior del tornillo con un cable de freno de bicicleta, levantó un paquete envuelto en plástico, lo desató y allí estaba, la pistola con silenciador que le habían dado en la Orga, colocó el cargador, fue hasta el fondo de la casa, y la probó, disparando un par de veces contra el pasto, el arma, engrasada y bien envuelta, funcionaba a la perfección, la limpió con un trapo, la guardó en la cintura, cerró y salió.
A las cinco de la tarde, estaba sentado en uno de los últimos bancos de la placita Roberto Arlt, al rato se le acercó una mujer, o lo que quedaba de ella, tenía una edad indefinible, el pelo sucio y canoso, -¿tenés unos pesos para el vino?-, Ramiro sacó un billete de diez pesos, - tomá, pero necesito hablar con el Negro Leonetti-, la mujer se fue sin decir palabra, Ramiro, se quedó esperando, al rato, vió acercarse a un tipo grandote, morocho, envuelto en un gabán azul que había conocido tiempos mejores, se sentó a su lado mirándolo en silencio, -¿usted es Leonetti?-, -¿quién y para que lo busca?-, - vengo a ofrecerle cien dólares por una información-, -¿Qué información?-, - quiero saber dónde está La Polaca-, el tipo se quedó un momento en silencio, como estudiándolo, después dijo, -¿y quién le asegura, que no le saco los cien dólares y me voy?-, Ramiro tenía la mano debajo de la campera, asomó la boca de la pistola y dijo, -esto me lo asegura-, el tipo, miró el caño del arma, y sonrió, por un momento Ramiro tuvo miedo, la mirada más que de temor, era la de alguien que ve una posible salida, enseguida habló, - hace mucho tiempo, que le perdí el miedo a esas cosas, ¿para qué la buscás?-, -soy un viejo amigo, y me gustaría encontrarla, y de ser posible darle una mano-, Leonetti se quedó un momento mirándolo pensativo, - andá a la calle Maipú 44 tercer piso oficina 314, velo al gordo Tejeda, es un antiguo camarada de la armada, decíle que vas de parte mía-, Ramiro le extendió los cien dólares, cuando se levantaba para irse, el otro le dijo, -pibe, tenga cuidado, el tipo es peligroso, y si la encuentra, dele mis cariños-.

La entrada del edificio, era amplia y antigua, con las paredes pintadas de un gris mugriento, Ramiro buscó los ascensores y subió al tercer piso, salió a un pasillo mal iluminado y desierto, a lo largo del mismo se sucedían las puertas de las oficinas, buscó el número, en el vidrio esmerilado de la puerta, se leía, “Jorge Tejeda” representante artístico, golpeó la puerta, y desde adentro escuchó una voz, - adelante -,  abrió la puerta y pasó, la oficina era sucia y antigua, en el fondo, sentado en una de esas sillas giratorias de madera con rueditas, estaba el gordo, era un personaje gelatinoso, que parecía espiar por entre los ojos entrecerrados, Ramiro se acercó al escritorio, - ¿el señor Tejeda?- , - sí, tome asiento , ¿en qué puedo servirlo?-,  Ramiro se sentó, el gordo lo observaba sonriente, con las manos apoyadas sobre el escritorio, - estoy buscando a una persona y me dijeron que usted podría ayudarme -, - ¿ a qué persona?-, - a La Polaca-, Ramiro observó como la mano derecha del gordo, se movía despacio en dirección al cajón del escritorio, el caño del silenciador, se estrelló contra el labio superior del gordo, un fino hilo de sangre, comenzó a correrle por los dientes, Ramiro lo miró fijo a los ojos, - primero, dejá las manos quietas sobre el escritorio, segundo, te voy a hacer esta pregunta una sola vez, - ¿Dónde está La Polaca?-, el gordo estaba sorprendido, se maldecía en silencio por no haber tomado precauciones, lo habían engañado, la ropa fina y la pinta de ejecutivo de Ramiro, pero comprendió que ya era tarde, entre dos hombres decididos, la ventaja inicial suele ser definitoria, Ramiro, separó el caño del arma unos centímetros para que pudiera hablar, - el bar “La Paloma”, en Saladillo-.
Ramiro apretó el gatillo, el gordo dio un brinco hacia atrás, empujado por el impacto, la silla, se desplazó hasta la pared  que estaba detrás, la cabeza del gordo, se fue inclinando despacio hacia un lado, dejando una mancha gelatinosa, color borravino sobre la pintura, Ramiro, se quedó quieto y en silencio un momento, nunca había matado a nadie, sin embargo no sentía ningún remordimiento, es más, pensó que el mundo, no extrañaría para nada al individuo ese, después se levantó, sacó el pañuelo y lo pasó por el respaldo de la silla, que era lo único que había tocado, no sabía si servía para algo, pero lo había visto en muchas películas, abrió la puerta despacio y se asomó, el pasillo seguía tan desierto como antes, repitió la operación del pañuelo con el picaporte y salió, esta vez, utilizó la escalera en lugar del ascensor, le pareció que era menos probable cruzarse con alguien, en el pasillo de entrada tampoco había nadie, salió a la calle, la gente pasaba apurada tratando de alcanzar los colectivos, nadie le prestó atención, caminó en dirección a Diagonal Norte y tomó un taxi al hotel.
Al otro día, llegó temprano a la terminal de Retiro, buscó en las ventanillas de las compañías de micros y sacó un pasaje a Saladillo.
Descendió en la terminal, pasadas las dos de la tarde, estaba desierta, solo la encargada de atender el quiosco bostezaba aburrida, Ramiro se acercó, - buenas tardes, busco el bar La Paloma -, - es un poco temprano, las chicas no atienden hasta la nochecita -, comentó con una sonrisa burlona, - no importa, solo estoy buscando a una amiga -, - vaya derecho por esta calle, bordeando las vías hasta el segundo paso a nivel, cruce las vías, y allí, sobre la ochava de la derecha, va a ver una casa antigua, allí es -, camino despacio por la vereda cubierta de hojas, una extraña sensación de angustia le apretaba el pecho, llegó al cruce y la vió, era una casa grande, de ladrillos a la vista y ventanas y puertas altas, con celosías de madera, debía tener como cien años, sobre el marco de la puerta, desentonaba un timbre de plástico, llamó, adentro todo era silencio, repitió la llamada, una voz somnolienta respondió, - ¿quién llama?-, - buenas tardes, busco a La Polaca, soy un viejo amigo -, - está durmiendo, vuelva cuando abramos , después de las ocho -, - mire, no la busco por trabajo, soy un amigo personal, por favor, avísele que está Ramiro -, la mujer dudó un instante, luego dijo, - espere, voy a ver -, al rato se oyeron pasos, la pesada puerta se entreabrió, la cara de La Polaca se asomó por la abertura, se miraron un rato en silencio, - pasá -, dijo ella, Ramiro entró, se abrazaron fuerte y en silencio, - sentáte-, dijo ella, - ¿qué haces aca?-, - no sé, vine por trabajo, pero no pude dejar de buscarte -, - ¿Cómo me encontraste?-, - Eduardo, Leonetti, Tejeda, etc.-, - bueno entonces ya debés estar al tanto -, - sí, más o menos, ¿Cómo estás? -, - bien, la dueña es una buena mina, se encariñó conmigo, apenas llegué me ayudó a limpiarme, ya no consumo, y aquí estoy, una se acostumbra a todo -, - mirá Polaca, yo en España estoy bien, tengo un buen laburo y una vida bastante cómoda, veníte conmigo -,  ella lo cortó, - mirá Ramiro, es mejor dejar las cosas como están, hoy somos personas distintas, con vidas muy diferentes -, - ¿sabés, siempre pienso qué hubiera pasado, si yo ese día hubiese reaccionado?-, - estaríamos los dos muertos-, - mirá, podemos olvidar todo, empezar de nuevo en España -, ella lo miró a los ojos, - estoy en otra -, algo en su mirada y en el tono de su voz, le dijo a Ramiro que eso era definitivo, como queriendo suavizarlo, ella le dijo, - mirá, ya estoy por retirarme, y la dueña me ofreció ser su socia, mejor dejemos las cosas como están, igual, cuando quieras, podés venir a visitarme -, Ramiro entendió la mentira piadosa, después, se abrazaron otra vez durante un rato, luego Ramiro salió, La Polaca, se quedó viendo cómo se alejaba desde la puerta, por un momento pensó que podía llamarlo, que todo podía ser distinto, pero no lo hizo, sabía que no era así, Ramiro se alejó caminando despacio por la alfombra de hojas que cubría la calle, sentía una especie de vacío muy profundo, recordó haber leído alguna vez, que alguien dijo, que hay muchas formas de matar, quizás, a La Polaca y a él, los habían matado una tarde de otoño, muy parecida a esa, más de veinte años atrás; en el primer vuelo, volvería a Madrid.

A Roberto Arlt, Leopoldo Marechal y Osvaldo Soriano

Andrés Barral, octubre de 2006




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