FONDOS

Gustaba de andar por los fondos de las cosas.
Actitud rara, pero era así.
Se le podía hallar allí, en lo alejado, en lo profundo, en el tope último de los lugares, donde los caminos encontraban su fin, donde ya no se podía seguir.
Siempre andaba por los fondos, nunca superficie, nunca periferia, menos, centro.
Vivía en una casa al fondo de la calle principal del pueblo, donde el asfalto lindaba con el descampado, donde crecía el último álamo, donde la acequia se cerraba y se perdía debajo de la tierra. Si estaba dentro de la casa, se le podía encontrar sobre la pared del fondo, interpelando el revoque, en íntimo roce con los pedazos de pintura descascarada o el polvo del ladrillo antiguo. La pared del fondo, el final del pasillo, el camino imposible de seguir. Señal de los finales, acentuación del límite último de la casa; el rebote y pegar la vuelta, recorrer el camino inverso, el regreso.
Si salía al patio, se paseaba por el fondo del terreno, allí donde los pajonales cerraban el paso, y las alimañas crecían sin peligros. Iba marcando una huella con su andar, a la vera de los follajes tupidos, paseando sus horas para no perderlas, para darle fondo a su tiempo.
En el desayuno, precipitaba el líquido a través de su garganta y rápidamente buscaba en el fondo de la taza el rostro que ponerse cada día.
Tenía por costumbre, ponerse a rasquetear el fondo de las ollas levantando los minúsculos restos de comidas pegadas. También se le daba por adentrarse hasta los fondos de los cajones, de las carteras, de los roperos y de los zapatos, donde hallaba escondidas aquellas diminutas piedras, testigos de los caminos trazados.
Se empeñaba en descubrir permanentemente nuevos fondos para acrecentar su conocimiento sobre los mismos.
En el consultorio de un oculista aprendió que el ojo tenía fondo, y que no se trataba de un túnel directo hacia nuestro universo visual aparentemente infinito.
A lo largo de su investigación descubrió que los sentimientos carecen de fondo y que tocar fondo no se trataba del contacto corporal con una superficie sólida, sino que se parecía, más bien, a una aproximación de algo a lo que no convenía llegar.
Hurgaba permanentemente preguntas en el fondo de su inteligencia y se acurrucaba sin respuestas en el fondo de la cama, allí donde las sábanas se aferraban fuertemente con sus elásticos a los colchones. Llegó a comprender que, quizás, que detrás de los fondos podrían abrirse caminos, pero que serían caminos inútiles y que ellos mismos se empeñan en advertírnoslo.
Hoy va por más.
Se decide por explorar la lejanía, la distancia, y emprende con absoluta determinación, con profundo convencimiento, el camino hacia el horizonte, hacia el fondo del paisaje.



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